Enseñar, sinónimo de compartir
El club entendió que la clave de la continuidad pasaba por la transmisión del conocimiento, no sólo de las técnicas del patinaje, sino también haciendo pedagogía acerca de la salud, el medio ambiente y la seguridad vial.
En 1995, miembros de Club Patinadores de Sevilla decidieron especializarse en la enseñanza del patinaje. Guiados por el club barcelonés Bambasquet, entidad que trabajaba las actividades extraescolares, los chicos recibieron formación para perfilarse como futuros monitores. Dichas andadas abrían una nueva línea, las escuelas de formación, que obtendrían relevancia a partir de entonces.
El club Bambasquet entrenaba una modalidad competitiva consistente en una clase de hockey sin vallas, llamada practic, lo cual chocaba con el ADN de Club Patinadores de Sevilla que anclaba sus raíces en el estilo recreativo. No obstante, quizá por la presión de las tendencias, el club terminó acogiendo una serie de disciplinas como las acrobacias, eslalon (esquivar conos), hockey, salto de altura y salto de longitud. De hecho, a finales de los noventa, el club creó junto a la Federación Andaluza de Patinaje un equipo de hockey con el objetivo de competir en la liga andaluza. Designaron como entrenador al entonces presidente de la federación, Francisco Ramos. Se trataba de la segunda vez que el club coqueteaba con la competición, pues el socio Francisco Morilla ya había liderado carreras de velocidad en los aparcamientos de la estación de Santa Justa, con un equipo compuesto por treinta velocistas clasificados en diferentes categorías.
Las escuelas se convertirían en el instrumento fundamental para introducir a los neófitos en el mundo del patín. Miguel Ángel Vázquez, criado en el seno de los años ochenta, fue su promotor y principal valedor. En 1996 arrancó la primera escuela en la Isla de la Cartuja, concretamente en las inmediaciones de Puerta Triana, de las que, según Vázquez, “se conservan muy buenos recuerdos”. Destaca la ilusión con la que los alumnos iban a las clases; los monitores impartían motivados por la novedad, lo que repercutía en la calidad de la enseñanza. Después movieron los cursos al Parque del Alamillo, y más tarde a Plaza de Armas. “Nosotros practicamos una actividad segura y saludable que no incita a beber alcohol ni fumar”, afirma Miguel Ángel Vázquez.
El club enfocó el patinaje como una forma de bienestar social. Escapas de la rutina y te diviertes a la vez.
El triángulo deporte-salud-ocio empezó a ganar protagonismo y el club se lanzó a ofertar clases de iniciación en distintas zonas de la ciudad. Unos treinta o cuarenta alumnos asistían a cambio de una cuota mensual, lo que se tradujo en una fuente de ingresos para el club.
Miguel Ángel Vázquez, director técnico de las escuelas, sostuvo que el club debía fortalecer la enseñanza. La oferta formativa avanzaba a pasos agigantados – se firmaron convenios con las Universidades de Sevilla y Pablo de Olavide – a la vez que se iban consolidando las clases de infantil, primaria y adultos, a las que se apuntaban familias enteras, siendo destacable el alto porcentaje de alumnos mayores de 55 años.
Un deporte para todos
El ambiente del club suscitó el interés de un Comisario de la Unión Europea integrante del proyecto ‘El buen envejecer’. En 2003, el político vino a Sevilla a investigar cómo el patinaje propicia la conexión intergeneracional: los hijos que persuaden a sus padres, quienes a su vez tiran de los abuelos para patinar en familia. Ejemplo de ello fue José Julio Ruíz, un abogado laboralista jubilado, natural del municipio de Aznalcollar (Sevilla), que desde niño guardaba la ilusión de aprender a patinar. José Julio, con setenta años, se lanzó a las clases con su nieto: “Todos los deportes tienen su filosofía, un intríngulis, que cuando lo dominas, es como si lo incorporaras a tu naturaleza de forma instintiva”, opina José Julio. El aficionado que sabe patinar intenta proteger y facilita el aprendizaje al compañero que está iniciándose. Transmitiendo sus conocimientos, el veterano se convierte, de alguna manera, en administrador de las experiencias del nuevo, en lo que resulta una gimnasia social entre gente desconocida.
Beneficios
El patinaje es una actividad saludable y adaptable que no requiere de una condición física especial. Como cualquier ejercicio aeróbico, si se práctica de forma regular, tonifica los músculos del tren inferior y fortalece el sistema cardiovascular. A nivel neurológico, mejora la coordinación, potencia la capacidad de aprendizaje y la superación personal, ayudando al desarrollo psicomotor en niños de tres a cinco años. El patinaje se puede disfrutar a una intensidad media-baja, luego es inofensiva para huesos y articulaciones. Además, al tratarse de una actividad grupal suprime la tensión competitiva favoreciendo las relaciones sociales. Sin embargo, como indica la doctora en medina deportiva del Colegio Oficial de Médicos de Sevilla, Ángeles Prada, se desaconseja su práctica a partir de los sesenta y cinco años ya que, a estas edades, «existe mayor riesgo de que una caída derive en fractura”.
Sistema formativo
Desde 1998, el club ha estructurado la técnica en cinco niveles formativos: blanco, amarillo, naranja, rojo y negro. La progresión en el aprendizaje, siendo el blanco para iniciación y el negro para expertos, comprende desde la toma de contacto con el equipo hasta la ejecución de los ejercicios más habilidosos. La gama de colores se convierte en un acicate para los alumnos más ambiciosos. El monitor decidirá mediante unas pruebas de nivel si el alumno está listo para subir. Esta metodología sirve de orientación al alumno para saber dónde se encuentra y cuánto le queda por aprender.
La apertura de las escuelas marcó el inicio de una etapa en la que había que gestionar a una comunidad ávida de ocio, demandante de servicios y con mayor poder de participación.