Un imán llamado patín
¿Deporte o amistad? Cómo un grupo de amigos añadieron valor social al patinaje recreativo. La clave residió en conceder el protagonismo a los últimos en incorporarse. El placer de patinar como un fin en sí mismo.
La esencia de Club Patinadores de Sevilla y posiblemente la historia del patinaje sevillano no se pueden entender sin la figura de Rafael Herce, también conocido como “El Patriarca” o “Tito Rafa”. Aficionado al patín desde finales de los setenta, fue miembro del grupo de patinaje artístico en el colegio de los Salesianos (Triana). Dicha modalidad irrumpió como alternativa a los deportes tradicionales y propiciaba la confraternización entre los niños y las niñas. Al margen de los entrenamientos, Rafa y sus compañeros comenzaron a quedar para patinar en el exterior.
Desde el colegio – único espacio practicable hasta el momento – Rafael trasladó el punto de encuentro a la Plaza de América del Parque de María Luisa. De este modo, se fue forjando en el Parque de las Palomas un grupo de amigos unidos por su pasión al patín, de una generación nacida entre los años sesenta y setenta. Al principio quedaban en la pista situada detrás del Museo Arqueológico, pero ésta se deterioró hasta tal extremo que tuvieron que “mudarse” a la plaza central.
Se antoja necesario contextualizar el ambiente innovador que se respiraba en Sevilla a finales de los setenta ya que, durante este período, fueron germinando las raíces de lo que más tarde sería Club Patinadores de Sevilla.
Recurrir a las quedadas
Las concentraciones empezaron a ser habituales los domingos. Los juegos y paseos sobre patines, dinamizados por Rafael, se erigían en la principal distracción en una época en la que todavía no existía la posibilidad de deslizarse con fluidez por las aceras. Sin embargo, esta situación cambiaría con la aparición de las ruedas de goma en 1985 que, provistas de mejor rodamiento, permitió a los chicos salir de la plaza y disfrutar de las calles.
Con el tiempo y muy despacio, la pandilla fue creciendo según se iban incorporando nuevos aficionados, algunos venidos del artístico, otros del hockey, que se sentían atraídos por ese llamativo trajín de patinadores. El grupo fue ganando popularidad hasta hacerse reconocibles con el apodo “los callejeros” del Parque de María Luisa. No realizaban una disciplina de pista como el hockey o el artístico al que la gente estaba acostumbrada, sino que entendían el patinaje como un estilo de vida, más allá de la mera práctica deportiva. Siempre con el patín a cuestas, podían disfrutar de jornadas de hasta quince horas. Los patinadores frecuentaban una tienda llamaba ‘Roller’, por aquel entonces el único comercio de Sevilla especializado en patines. Los hijos del propietario, aficionados al patinaje artístico, acudían todos los domingos al punto de encuentro para informar a sus colegas de las últimas tecnologías. La tienda les proporcionaba los accesorios para mantener a punto sus patines.
Destaca la convivencia en estos años iniciales. La motivación por hacer nuevas amistades se situaba por encima de la superación personal o la mera exhibición. Sólo niños y adolescentes se atrevían a ponerse unos patines, razón por la que la mayoría de los patinadores eran más jóvenes que Rafael. “Tito Rafa”, deportista, aficionado al patín y a las actividades recreativas, estaba convirtiéndose, sin pretenderlo, en promotor del patinaje por y para el ocio, inoculando su pasión a todo el que le rodeaba.
A mediados de los ochenta, como resultado del simpático ambiente que se había propiciado en torno al patín, “los callejeros” y sus encuentros ya se hallaban plenamente desarrollados. Rafael entendió enseguida el nuevo concepto que tenía en sus manos: lejos de parecer una banda de jóvenes con no más propósito que llamar la atención, el patinaje atesoraba un potencial a todas luces sociológico para encauzar un estilo de vida alrededor de la amistad, la salud y el tiempo libre.
Se pone de manifiesto el carácter integrador del patín, entonces un juguete capaz de igualar a personas de todos los estratos sociales. Como si del flautista de Hamelín se tratase, Rafael aún recuerda cómo los niños sucumbían a los encantos del patín a su paso por los barrios. Entre aquellos chavales se encontraban amigos, vecinos y familiares como Miguel Ángel Vázquez, sobrino de Rafael, de quien hablaremos más adelante. Sin reparar en ello, la coeducación se había constituido en el eje del movimiento, y así ha permanecido hasta nuestros días.
«Patinar es una actividad grupal, lo que hace más divertida y segura la experiencia»
La moda de la época venía influenciada por la cultura norteamericana. Las tribus urbanas proliferaban y los restaurantes de comida rápida asomaban en una España donde las televisiones privadas ya se prodigaban como escaparate de las películas hollywoodienses. En este contexto, nuestros patinadores decidieron rebautizarse con el nombre de “Rollers”.
Llegaron a concentrarse hasta cien patinadores a finales de los ochenta, cifra nada desdeñable para su época. Ya se veían aficionados procedentes de otras entidades deportivas y los encuentros se convocan más de una vez por semana. “El lunes ya estaba deseando que llegara el domingo, el día más importante de la semana”, recuerda Miguel Ángel Vázquez, actual presidente del club. Los “Rollers” comienzan a dar sus primeras exhibiciones en Plaza de España para el deleite de turistas y viandantes.
Ya en la década de los noventa, en diciembre de 1990, los patinadores fueron invitados a participar en la feria infantil “Expo juventud”, con el objetivo de desplegar animaciones, pasacalles, carreras populares y exhibiciones. Expo juventud supuso la primera oportunidad para darse a conocer ante el público sevillano. Precisamente fue al término de este evento navideño cuando se tomó la decisión de crear un club que oficializase las actividades de este grupo de personas que ya superaban el centenar.
Documento audiovisual
Roller 1990 primera parte
Roller 1990, 2 parte
Madre Mía cuántos años!!!!,